PEREGRINA. -Ayer no sabías aún que estabas enamorada...
ADELA. -¿Es esto el amor?
PEREGRINA. - No, eso es el miedo de perderlo. El amor es lo que sentías hasta
ahora sin saberlo. Ese travieso misterio que os llena la sangre de alfileres y la garganta
de pájaros.
ADELA. - ¿Por qué lo pintan tan feliz si duele tanto? ¿Usted lo ha sentido alguna vez?
PEREGRINA. - Nunca. Pero casi siempre estamos juntos. ¡Y como os envidio a las
que podéis sentir ese dolor que se ciñe a la carne como un cinturón de clavos pero
que ninguna quisiera arrancarse!
ADELA. - El mío es peor. Es como una quemadura en las raíces..., como un grito
enterrado que no encuentra salida.
PEREGRINA. - Quizá. Yo del amor no conozco más que las palabras que tienen
alrededor y ni siquiera todas. Sé que por las tardes, bajo los castaños, tiene dulces
las manos y una voz tranquila. Pero a mí sólo me toca oír las palabras desesperadas
y últimas. Las que piensan con los ojos fijos las muchachas abandonadas cuando se
asoman a los puentes de niebla..., las que se dicen dos bocas crispadas sobre la
misma almohada cuando la habitación empieza a llenarse con el olor del gas...
Las que estabas pensando tú en voz alta hace un momento.
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