domingo, 31 de julio de 2011

TRAS LOS PAISAJES DE LA DAMA DEL ALBA

LOS INVITAMOS A REALIZAR UN MÁGICO RECORRIDO POR BESULLO, ESCENARIO DE LA DAMA DEL ALBA Y TIERRA NATAL DE ALEJANDRO CASONA






Vista de Besullo, escenario de la dama del Alba


Acaso Casona haya recorrido este bello sendero, y se
imaginó que por allí se acercaba al pueblo la dama del alba, con su hábito y su bordón de peregrina.


La nevada




Puente y deshielo





El río por el que se fue Angélica




Típica casa campesina de Besullo, como la de la dama del alba





Hoguera y fiesta y baile y vestidos típicos de la noche sanjuaninos en Asturias

lunes, 25 de julio de 2011

SIEMPRE LA MITAD: Una evocación de quien conociera a Alejandro Casona

Este bello y conmovedor relato, narra el encuentro de adolescente deslumbrado por el teatro que tuvo el honor de conocer personalmente a su ídolo don Alejandro Casona y a la inolvidable Luisa Vehil. Nos narra toda la verdad sobre este injustamente olvidado, y no superado aún en nuestros días gran dramaturgo...



SIEMPRE LA MITAD

un cuento de Lauro Campos *


- ¿De modo que tú lo has conocido? – preguntó ella con su voz disfónica y su inconfundible
acento hispano.

La había conocido aquí, en mi ciudad natal, esta ciudad recostada junto a un río caudaloso y
bello que, cada día, me regala esa belleza, él desde su cauce, yo desde mi balcón. Y esta
ciudad mía que me ha dado mi pasión por el teatro y las letras y el reconocimiento
razonable del público solía darme también esos encuentros impensables. Lo cierto es que
ella era una profesora becada en un intercambio cultural que había venido a ver con sus
alumnos aquella pieza mía sobre los inicios de la guerra civil española. Y después de la función, hablamos informalmente de detalles de la obra que tanto gustó a alumnos y profesores.
Desde la dirección había exigido a los actores hablar con acento español.Y el hecho de que en la platea hubiese siempre gente nacida en nuestra madre patria provocaba en mí una cierta inquietud. No aquella vez. Los aplausos de un público estudiante en su mayoría y el interés manifestado durante la obra, me tranquilizaron. Y la charla posterior con esta profesora oriunda de Oviedo no sólo fue amena: también fue un intercambio cultural entre los dos.

- Sí. Lo he conocido cuando tenía yo quince, dieciséis años.

- Pero él era un dramaturgo franquista… – aseguró.


- ¿Cómo? ¿Por qué decís eso?

- Pues, hijo – explicó – Es lo que he estudiado durante toda mi carrera. Toda mi generación ha aprendido lo mismo.


- Equivocadamente – dije con tristeza.


- ¿Qué dices?


- Que están equivocados. Que es un disparate pensar siquiera… que él era franquista.

Tal vez aquella noche, ante su mirada azorada y mi permanente sensación de que no sólo la historia sino también la historia de la literatura y del arte se escribe por mitades, comenzó
nuestra amistad.



- Marta, hija mía… Me muero, ¿sabes?

- No diga usted tonterías, padre, por Dios.

- No. No he de morirme ahora. Me ha dicho el médico que tengo aún unos meses. Con
suerte, un año.

El anciano miró a través de la ventana de ese departamento desde donde se veía uno de los rincones más hermosos de la ciudad de Buenos Aires y entrecerró los ojos.

- Me gustaría… – dijo de pronto – dejar este paisaje.

- ¿Qué dice usted? – preguntó ella mientras arreglaba la manta sobre su falda. Pensó en las piernas de su padre, en la vitalidad de esas piernas y en la vulnerabilidad actual. Él entrecerró aún más sus ojos, como evocando algo que no veía.

- Me hace ilusión – susurró – volver a ver mi tierra de Asturias, comer las natillas que hacían en mi casona familiar, mojar sopas en el vino, saborear una rebanada grande de hogaza de pan aún caliente con una dedada de miel por encima…. Ver mis montañas, los ríos con remansos peligrosos iluminados por las historias de las gentes, las aldeas, los caminos.

- Pero usted sabe quién gobierna España, padre.

- Lo sé. Pero España sigue siendo España. No importa cuántos dictadores la sojuzguen, hija.



Y ella había hablado. Personalmente había ido a la embajada y había preguntado. Escribió una nota que firmó y dejó allí. Poco tardó en llegar la respuesta: Apretó los labios para no gritar de odio y rencor, pero no pudo evitar que se le saltaran las lágrimas de los ojos. El texto decía claramente:

“El Generalísimo se complace en recibir en su tierra de origen al dramaturgo
triunfador en Argentina y en toda América Latina. No sólo será su huésped
de honor sino que ya ha ordenado personalmente a las autoridades de los teatros oficiales estrenen – a manera de homenaje – las principales obras del autor durante su estadía, los que lo llevarán a cabo en un esfuerzo de producción pocas veces visto en este país.”

Mientras llegaba a su departamento con su respuesta en la mano, firmada y sellada por el Embajador de España, ella no pudo dejar de pensar: Asesinado Lorca a principios de la guerra civil, muerto Hernández en la cárcel, el poner alfombra roja al regreso de su padre significaría lograr la opinión favorable de los intelectuales de la península. Aunque estaba claro que a Franco le tenía sin cuidado la opinión de los intelectuales.




- Ella era una de las mejores actrices rioplatenses. No me perdía obra teatral interpretada
por ella. La he visto aquí en mi ciudad y la he visto en Buenos Aires, acompañado por mi abuela, otra uruguaya como ella que en su juventud había sido actriz de filodramático en su Paysandú natal. Como te digo, ella, primera figura del espectáculo que año a año hacía sus temporadas en el teatro Liceo de la capital, era… una reina del escenario. Y yo era… un muchachito adolescente, casi un chico, apasionado por el teatro y la actuación. Un día logré
colarme en los camarines del teatro La Comedia luego de la función. Le expresé, con todo el
pudor y la cortedad del mundo, mi admiración por ella, por su repertorio, por su talento, por su arte. Estaba haciendo en esa época un estreno de una autor republicano muy celebrado aquí en Argentina desde sus primeros estrenos, y sus obras eran representadas en casi todos los teatros estudiantiles. Yo mismo debuté luego como actor en una de sus obras. Esa actriz admirada escuchaba mis elogios en ese pequeño camarín con una sonrisa amable. Ella acostumbraba a tratar a los muchachos de mi edad de la misma manera que a los adultos:


“- ¿Le gusta actuar? Estudie. Estudie mucho. Yo, antes de debutar haciendo una mucamita que sólo cruzaba la escena con una bandeja en la mano, he estudiado muchísimo, ¿sabe? Cómo caminar, cómo sentarme y, fundamentalmente, cómo decir. ¿Llega su voz a la última platea sin que tenga necesidad de gritar? Cuando llegue naturalmente, estará preparado para actuar. Y cuando eso ocurra, venga a verme a Buenos Aires.”


De pronto, tras ella, apareció un hombre algo, delgado, de fina barba blanca y abundante cabello canoso, de elegantes maneras y marcado acento español.


Ella, entonces me dijo: “- ¿Conoce a don Alejandro, el autor de la obra?”


Sintiendo que me estallaba el corazón por la emoción incontrolada dije: “- He leído todas sus obras.”


Él me extendió la mano y me la estrechó mientras ella explicaba: “- Le decía que, si quiere ser actor, debe estudiar mucho, ¿no es cierto, don Alejandro?”


Él, haciendo un guiño, se acercó a mi cara con pícara expresión y me susurró casi al oído: “- Mira: Si quieres actuar, tú te subes… y ya está. ¿De acuerdo?”


… ¿Entendés?. ¿Entendés ahora mi indignación cuando sólo se cuenta una parte de la verdad, cuando se hace sólo una parte de la justicia? Nunca voy a olvidar las palabras de aquel dramaturgo republicano, creador del realismo poético en el teatro de habla hispana que, exiliado durante la guerra civil llegó a ser un sabio. Voy a contarte algo que no sé si sabés. Antes del exilio él ya había ganado en su país el premio Lope de Vega, nada menos, con su ópera prima, una belleza de obra teatral poética y trágica al mismo tiempo. La gran actriz catalana amiga de García Lorca, que como todos saben era republicana, le estrenó esta comedia cuando él era aún muy joven. Y fue en su tierra, protegido por esa figura que no tenía nada de fascista, que tuvo su primer éxito. Después, es claro, obligado al exilio, siguió su carrera en México y en Cuba. Recaló finalmente en Buenos Aires donde cada obra que estrenaba se convertía en un suceso. Cada parte de su vida fue parte de la verdad. Y él, próximo a partir a la otra vida, necesitó de su Asturias, de tu Asturias. ¿Entendés ahora por qué ustedes, los de esta generación, conocen la mitad de la verdad? ¿Podés entender por qué, siempre, sea cual fuere la ideología, siempre se contará… la mitad de la verdad?

Mi amiga la asturiana guardó silencio. Se limitó a apretarme fuertemente la mano. Pude notar que sus ojos estaban nublados por las lágrimas.



Después de haber visto las montañas de Asturias, sus ríos y sus remansos, después de haber saboreado las hojuelas, la hogaza caliente con miel, las sopas en el vino, después de haberse emocionado hasta las lágrimas con los aplausos y los ¡bravo! en cada uno de los estrenos de sus obras en su tierra, él pudo morir allí en paz.
Lo velaron con gran boato y las pompas que el Generalísimo acostumbraba a poner en marcha en estas ocasiones con las figuras más importantes de España.

Al día siguiente de su entierro, todos los periódicos anunciaban:
“Ha muerto uno de nuestros dramaturgos y poetas más notables en su regreso conmovedor a la tierra natal.”

Y ese día, en medio del reproche de algunos y el estupor de otros, comenzaba, para todos
aquellos que tenían quince años como yo cuando tuve la dicha de conocerlo, la mitad de la mentira.



Al recuerdo permanente e imborrable de don Alejandro Casona y quien fuera dilecta
protagonista de “Los árboles mueren de pie” y “La casa de los siete balcones” en


* LAURO CAMPOS. Nacido el 23/04/43 en Rosario, Argentina. Vive en Rosario. Actor, autor teatral, director teatral, narrador. Ha sido premiado como autor teatral con el Premio Selección Argentores 1980 por su pieza EL CAMINO DEL ELEFANTE, con el 2o. premio en la III Bienal de Obras Teatrales en Tucumán 1972 por ATAVISMO, por el Instituto Nacional de Teatro en 2001 en el Concurso Homenaje a Teatro Abierto por CIRCE O EL BANQUETE y en 2008 con el tercer premio por EL SERVIDOR. En 2000 gana en México el premio Tramoya 2000, mención de honor a su pieza DESPERTAR EN GRANADA (PASIÓN LORQUIANA). En 2004 gana el concurso de sainetes organizado por el Club de Autores de Buenos Aires, por su sainete breve EL BIEN DOTADO que se estrenó en el Teatro Astral de la Capital. Le gusta recordar estos concursos por la calidad de los jurados intervinientes (Edmundo Guibourg, Arturo Berenguer Carisomo, Rosa Rosen, Jorge Cruz, Atilio Betti, Jorge Accame, Villanueva Cosse, Ana María Casó, Elio Gallípoli, entre otros). En Argentores ha ganado concursos internos de teatro y radioteatro, con textos que se han estrenado allí: UNA PALOMA EN PLAZA DE MAYO, POR SIEMPRE ZULLY, EL LLANTO DESCONOCIDO, LA MUJER DE AMARILLO, LA ABUELA DEL YAGUARETÉ, etc. Ha obtenido el Galardón Susini que Argentores otorga por trayectoria, y muchos otros premios de esa categoría. Es actor desde 1959, director desde 1961 y autor desde 1970. Ha estrenado más de cien piezas en temporadas notables. A la par, ha escrito narrativa durante toda su vida y ha publicado. Sus libros son DETRÁS DE UN VIDRIO OSCURO (reflexiones) Edición del autor, SÁBANAS DE SEDA (cuentos eróticos acerca de vampiros) Ed. Universidad Nacional de Rosario, SALVAR AL INOCENTE Y OTROS RELATOS (E. Universidad Nacional de Rosario) y el último aparecido POBRE MUNDITO PERTURBADO (NO SOLO CUENTOS) Ed. Deldragón 2010/11, Buenos Aires.






La prestigiosa actriz Luisa Vehil

VISITA A BESULLO, TERRUÑO NATAL DE ALEJANDRO CASONA

Los invito a realizar un mágico recorrido por Besullo, aldea natal del escritor, a través de los ojos de un visitante y admirador, en este articulo bellísimo y pleno de nostalgia que podemos leer en el enlace:
http://historiasdelabuelo.scoom.com/2009/08/07/alejandro-casona-y-besullo/

lunes, 18 de julio de 2011

BREVE BIOGRAFÍA

Alejando Casona, cuyo verdadero nombre era Alejandro  Rodríguez Álvarez,  nació el 23 de marzo de 1903 en la rural aldea de Besullo (Cangas de Narcea, Asturias, España).
Heredó de sus padres la profesión de maestro de aldea, y llegó a ser Inspector de escuelas. Pero su verdadera vocación era el teatro por el que se sintió atraído desde muy joven. En 1933 su comedia La sirena varada,  logra el  premio Lope de Vega y es aclamada por la critica de su país, siendo estrenada en teatro por la compañía de Margarita Xirgu.  A partir de allí  inicia una exitosa carrera como dramaturgo.
Se avoca a  proyectos de difusión cultural como la llamadas Misiones Pedagógicas en tiempos de la Segunda República Española, donde realizó numerosas y  excelentes adaptaciones para teatro de obras clásicas  tanto dramáticas como en prosa, dirigidas al público de todas las edades.
Durante la Guerra Civil Española se exilió en América, pasando primero por México y Uruguay y luego fue a la Argentina en donde residió durante veinticinco años hasta 1962 y escribió  la mayor parte de sus obras teatrales, gozando de gran éxito y prestigio por parte del público y la crítica. Fue una de las grandes figuras de la escena sudamericana y española. Falleció  en Madrid el 17 de septiembre de 1965.

PARA UNA BIOGRAFÍA MÁS DETALLADA, SE PUEDE CONSULTAR UN TRABAJO MONOGRÁFICO EN EL SIGUIENTE LINK:

BIOGRAFÍA DETALLADA

ALEJANDRO CASONA Y EL TEATRO DE LA UTOPÍA

             

          De niña leí por primera vez Los árboles mueren de pie, con esta obra también descubría el teatro que tanto he amado a lo largo de mi vida. ¡Quedé deslumbrada!. El universo, llamésmole "casoniano", se desplegaba ante mi con toda su rica fantasía: seres idealistas que viven utopías y sueños imposibles, que buscan construir un mundo a la medida de su quimera, como los emprendimientos del mítico doctor Ariel, o como la república fuera de toda lógica en dónde no se permite la entrada a los que sepan geometría que postula el protagonista de la Sirena varada. En aquellas ensoñaciones prima la búsqueda del bien, la felicidad y la belleza, aunque a la larga muchas veces resulten imposibles de alcanzar, sin embargo esos personajes que viven en planos de ensueño lo logran por instantes fugaces y resplandecientes, como todo ser humano. La obra de este escritor está impregnada de un tinte de nostalgia por la recuperación del paraíso perdido. Creo que, salir de la rutina diaria, de vez en cuando, para dejarse llevar  por la ensoñación hace bien al alma, le permite respirar un oxígeno diferente para volver renovado a la vida de todos los días. El teatro de Casona ofrece eso y además tiene  "magia", a veces uno se deja llevar por el sendero del "trampantojo" y el "ilusionismo", las cosas no son lo que aparentaban ser, como en Los árboles mueren de pie, Siete gritos en el mar, Prohibido suicidarse en primavera o La sirena varada. Como decía antes, creo que todos necesitamos a veces, dejarnos conducir por la magia. El teatro poético de Casona  lleva acendrado un profundo lirismo, por eso se lo relaciona con el de García Lorca, aunque sin alcanzar la poesía de este último. Se entiende por qué Casona tuvo tanto éxito durante muchos años en su país, en la Argentina y en el resto de América. La originalidad en la trama de las obras de este creador y su fértil imaginación era sin par para su época, como en el caso de la Sirena varada que le valió el Premio Lope de Vega y lo consagró como revelación en 1933, y me animo a decir que la originalidad de algunas de ellas no tiene rival aún hoy día.  Sus obras, que siempre gustan por el esteticismo, eran clásicos que nunca faltaban en las carteleras y en los teatros, porque el público las pedía y las aclamaba. Un buen ejemplo es la emblemática Los árboles mueren de pie, que no sólo permaneció en cartel durante muchísimo tiempo en Buenos Aires, además siempre volvía a escena una nueva versión con gran afluencia de público. Muchos críticos actuales consideran que el que el teatro de Alejandro Casona está perimido y pasado de moda. Sin embargo, gran parte de los escenarios en que se desarrollan sus utopías son atemporales, y hasta universales. Un conocido me contó que vio una representación de Los árboles mueren de pie actualizada, que trascurría en nuestra época, y le gustó. Otras obras como Corona de amor y muerte, La dama del alba o El caballero de las espuelas de oro, son esencialmente españolas, tradicionales, costumbristas, históricas, con sabor a leyenda y a romancero popular y en eso reside su atractivo.  El teatro de hoy, también muchas veces buen teatro, muestra la angustia, la miseria, los problemas sociales, los enfrentamientos, las crisis psicológicas, el desmoronamiento de los 
valores, etc. ¿Por qué no dejarse llevar de vez en tanto por ese otro teatro tan alejado de todo esto y permitirle al espíritu que se distienda un poquito, por los senderos de la magia, la lírica y el ensueño?.
Ahora, me retiro y dejo que sea Casona mismo en su autobiografía, quien les cuente como en su aldea y durante toda su niñez respiró esa atmósfera de poesía, mágica ensoñación y lirismo que trasunta su obra...

AUTOBIOGRAFÍA DE ALEJANDRO CASONA

"Yo soy de una aldea asturiana, una aldea pequeña llamada Besullo, perdida en las montañas. Ahora tiene una carretera , que yo no conozco todavía. El Besullo de mis mayores era una aldea perdida, pero no en el sentido de Palacio Valdés, sino perdida realmente en el paisaje, en el monte, donde era muy difícil llegar.

Besullo, fundamentalmente, era una aldea de labradores, pastores y herreros. Mi abuelo era herrero; tenía un mazo romano. Se conservan aún algunos mazos romanos en Besullo.

Me imagino como estaban ellos, desnudo el torso y machacando y calentando hierro hasta ponerlo al rojo blanco, que casi aúlla cuando lo meten en agua fría.

De niño, una de las cosas que más me impresionaban era el trabajo de herrero. Hoy me parece que si no fuera escritor y me dijeran que quería ser en la vida, yo no sé...creo que quisiera ser herrero, como era mi abuelo.

Entre las gentes de este Besullo mio había una tradición oral de romances viejos, que se están perdiendo mucho.Cuan do yo era niño, y tengo bastantes años, esta tradición oral se conservaba muy viva todavía. Aquellas gentes, después de las faenas del campo, se ponían a recitar o cantar esas viejas melodías, muy lentas y muy extrañas, que yo ahora sé lo que son, claro: romances famosos de los siglos XIV, XV y XVI , con temas de lobos, pastores, príncipes, encantamientos. Sobre todo, dominaban los temas de encantamientos.

La niebla contribuye a que todas las cosas no tengan un límite seguro, sino una esfumatura, para que no se sepa donde las cosas empiezan y terminan. En una palabra, que no hay distancia. Usted ve un carro muy lejos y resulta que no está tan lejos, que está muy cerca; o ve una cosa muy cerca y luego resulta que está lejos. Cuántas veces nos ha parecido que estábamos a una gran altura y luego comprobamos que es mentira, que ha sido todo efecto de la niebla, y que uno está en un sitio completamente llano. Estas cosas hacen que el carácter asturiano esté en la lírica un poco, como el galaico y el portugués, que son las tres grandes zonas de lirísmo de España.

Yo soy de una familia pobre y los niños aldeanos no tienen juguetes; pero yo tengo un juguete sensacional, fabuloso, en la infancia: un castaño. Era un castaño al que llamaban "la castañarona". Cuando se le da el nombre femenino quiere decir allí más grande. Era un castaño...¡no sé!... No puedo calcular el tamaño. Lo recuerdo tremendamente grande, con el tronco hueco por completo por un rayo, sin ramas. Cabíamos dentro de él siete u ocho niños. Allí jugábamos, subiendo por el tronco, pasando de un brazo a otro. Jugábamos un poco como Peter Pan, un poco como conejos dentro de un árbol. Era prodigioso, porque un día la castañarona era un castillo; otros días un barco; a veces, un palacio: en ocasiones un bosque. Siempre, en definitiva, un juguete maravilloso, que era muy difícil que un niño de una ciudad pudiera tener y nosotros, niños de aldea, poseíamos sin lugar a dudas.

Hemos tenido una bruja, porque en Asturias y en Galicia hay brujas de verdad. Ahora ya no sé; pero cuando yo era chico las había.

A esta mujer todo el mundo la señalaba con el dedo, y se le tenía un poco de miedo, un miedo respetuoso, porque sabía de hierbas y de palabra mágicas. En definitiva, cosas raras con las cuales hacía curaciones o ensalmos. La gente sabía que eso, religiosamente, no estaba muy bien visto y era un poco peligroso; pero, en cambio, era muy útil cuando el cuerpo duele, cuando hay necesidad de un consejo. Los niños la queríamos mucho. Algunos, muy brutos, le tiraban piedras desde lejos para cumplir esa especie de deber que tiene el niño de tirar piedras a los locos y a las gentes que están al margen de lo normal y a los perros. De todas maneras, nosotros la queríamos mucho, y cuando se murió- yo era un niño- supe que no se la enterraba como a los demás, que había una fórmula distinta para aquella mujer. Creo que se la enterró debajo de un árbol, y esto me dio que pensar mucho.
Estudié el bachillerato en Gijón, mejor dicho, los dos primeros años. Gijón fue para mi, un descubrimiento sensacional: el mar, la vida urbana, los tranvías.

Yo recuerdo haber ido algunas veces de excursión con los chicos que se escapan hasta el Musel para ver salir los barcos que van a América. ¡Qué lejos estaba estaba yo de pensar que esos barcos un día tendría yo que ir y estar tanto tiempo en América!. Fui muy aficionado al tema de América, porque,como buena familia asturiana, en la mía había mucha gente que había amasado lo que se llama una fortuna en América. Bueno, una fortuna era que volvían con cuatro mil duros y se compraban una casita muy modesta donde vivían hasta que se morían.

En Cuba, en Méjico, en la Argentina, en todos sitios hay gentes de Besullo. En Buenos Aires me ofrecieron una comida los residentes de la aldea de Besullo. Como mi pueblo tiene cuarenta casas, yo esperaba que los residentes en Buenos Aires fueran diez, catorce personas, y resulta que eran como quinientos los que asistieron al banquete.Muchos más que los vecinos de Besullo. Eran mis paisanos que habían ido a Buenos Aires y que habían tenido hijos allí. En mi pueblo hay familias de veinte hijos, de los cuales viven en Besullo uno o dos y los restantes viven en la Argentina. Es asombroso ver la cantidad de asturianos que hay por estas tierras de América.

Mi padre y mi madre eran maestros los dos. El maestro siempre ha tenido entre todos los cargos públicos de España , el peor pagado, de modo que llevaban una vida muy modesta, muy modesta. Lo difícil es que en las circunstancias en que vivían no podían tener una escuela en el mismo sitio juntos. Tenían que vivir obligatoriamente separados y entonces los chicos teníamos que estar unas veces con papá y otras con mamá, como si fuera un matrimonio divorciado.

Pues, como decía, mis padres tenían que separarse para poder ganar más más dinero, pero siempre procurando que uno estuviera cerca del otro. Así fueron a Palencia, y a Murcia y, finalmente, a León, el pueblo de mi madre. Porque mi madre era leonesa.

Era la historia, era la geografía, era la literatura lo que más nos interesaba. Y ya, en cuanto se trataba de cosas: árboles, metales, fórmulas de triángulos, notaba que me interesaba poco. Necesitaba vida.Y en Gijón empecé a leer.

El primer libro serio que me deslumbró, fue la vida en sueño, de Calderón, que tenía mi padre en una vieja edición.La guardaba como un tesoro, con miedo a que sus hijos la alcanzáramos. Aquel libro me daba la sensación de que debía tener algo prohibido, algo extraño; pero no tenía nada de prohibido. Era, sencillamente, una buena edición que no quería que tocáramos.

Entonces, vi teatro por primera vez. Y eso me intranquilizó de un modo terrible, hasta el extremo de que no pude dormir. Había descubierto algo sensacional, un mundo maravilloso, no en el sentido de que pudiera pensar que nunca pertenecería a ese mundo, sino que aquello me parecía mejor que ningún libro de cuentos, mejor que ninguna novela, mejor que nada de lo que había visto en mi vida de lo que había visto en mi vida hasta aquel momento. No había podido ni soñar el descubrimiento del teatro.

Yo viví en Levante cinco años. La mocedad, de los quince hasta los veinte. Cerca de mi casa-vivíamos en la calle de la Acequia- pasaba una acequia por debajo de los balcones, y por eso se entraba por puentes. Allí estaba el viejo teatro Romea. Y en ese viejo teatro Romea, se instaló por entonces, hacia el año 1917, el Conservatorio de Música y Declamación. Un amigo mío, actualmente actor en Madrid, que se llama Antonio Martínez Ferrero, me dijo: "¿Por qué no vienes por el Conservatorio? Estudia Teatro, que te va a gustar."

El teatro empezó a tentarme como actor. Entonces no pensé en escribir para el teatro, aunque escribía algunas cosas; pero cosas muy pequeñas, cosas que actualmente he olvidado y he roto.La afición a representar si fue muy fuerte, muy grande, hasta el punto que con ese muchacho que le digo, con Antonio Martínez Ferrero, decidí escaparme un día para dedicarnos los dos al teatro, a ser cómicos. Ya sabíamos nosotros que no nos iban autorizar en casa, y no hubo más remedio que saltar por la ventana. Nos escapamos juntos, una noche para San Pedro del Pinatar, donde había una compañía.¡Horrenda compañía de esas de la legua! Necesitaban dos muchachos para hacer dos papeles, y nos contrataron. Luego nos dejaron por allí, abandonados, pasando hambre, un hambre feroz.Tuvimos que volver andando a casa; pero esa afición a representar, la afición de actor, me quedó siempre.

Me parece que soy muy mal actor. Muy malo con seguridad. Dirijo bien, doy bien la réplica a los actores cuando les estoy enseñando a hacer una comedia, pero de eso a interpretarla yo...

En la compañía de Josefina Díaz y Manuel Collado llevamos veinticinco títulos en el repertorio y las personas justas en la compañía. Un día, en Medellín, uno de los actores hizo el "salto de ángel"en una piscina para realizar una exhibición delante de sus compañeros. La piscina no tenía condiciones de profundidad y el actor se rasgó el cuero cabelludo. Fue un accidente escandaloso y el muchacho no pudo salir a escena hasta doce días después.

Aquella noche en Medellín, el teatro estaba vendido. Josefina Díaz y Manuel Collado se miraban sin saber como salir del paso. Pensé que había llegado mi momento, "mi oportunidad" como actor; pensé que podía yo resolver el problema que se planteaba y como lo pensé lo hice.Total, que me incluí en el reparto, haciendo una comedia por día.

Llegué a interpretar hasta doce papeles diferentes y quedé muy contento con aquella experiencia.

Yo enamorado, muy joven, quería casarme. El sueldo que tenía entonces, era muy chico, insuficiente. Estaba establecida entonces, y supongo que ahora, una remuneración especial para los maestros españoles que desempeñasen su magisterio en sitios lejanos, como Canarias, o difíciles de vivir como el valle de Arán. Este lugar, para una persona madura y hecha, era muy difícil; pero cuando se tienen veinticuatro años no hay dificultades de ningún género."

¿Qué más quería yo? Salía en esquí por la ventana. Pasé tres años felices en el valle de Arán. Aquella vida obligadamente en silencio constante me hizo rodearme de libros, permanecer sentado junto a la chimenea con fuego. La casa era confortable y en ella tuve algo tan importante para el estudio como la intimidad.

Primero hice un intento bonito que fue escribir un teatro para los niños de la escuela. Se llamaba La pájara pinta. Representábamos unas piezas muy breves, muy sencillas, que no tenían otro objeto que divertir a los chicos y a sus familias.

Cuando terminé La sirena varada vine a Madrid varias veces a ver a un empresario y a otro. Era inútil. Ninguno había oído mi nombre, ninguno me conocía. Nadie quería leer mi obra. No sirve para nada, me decían.

Aquel panorama me hizo renunciar un poco a la idea de estrenar. Entonces se me ocurrió enviar la comedia a un catalán, que tenía el Teatro Intimo de Barcelona, llamado Adrián Gual, un hombre muy inteligente, muy preocupado de la temperatura del teatro en Europa y España. Este hombre me escribió inmediatamente y su carta me deslumbró. Me decía en ella que había que estrenar la comedia fuera como fuera.

Cual sería mi sorpresa cuando poco tiempo después, recibí una carta de la Xirgu, que conservo como un tesoro. ¡Ya era bonito recibir una carta de aquella ilustre actriz, nada menos que en el valle de Arán! Me decía que había leído la obra y que ella se comprometía a estrenar la comedia. No sabía cuando. Me anticipaba, no obstante, que cuando hubiera una coyuntura favorable, y que posiblemente fuera en el Teatro Español de Madrid, para el que venía entonces.

El Premio Lope de Vega significaba entonces, año de 1930, una pequeña fortuna, pues su cuantía en metálico era de 10,000 pesetas. Si la obra era premiada, el estreno obligatorio se haría en el Teatro Español, donde había entonces una de esas compañías excepcionales que es difícil que vuelvan a poder a reunirse nunca. La formaban Margarita Xirgu y Enrique Borrás, y tenía como galanes a Pedro López Lagar, Enrique Diosdado y Alitar. Recuerdo como actriz de carácter a la Sánchez Ariño...¡En fin, una compañía formada con primeras figuras!

Lo recuerdo perfectamente. La otra comedia finalista era de Camón Aznar. Se titulaba Alejandro Magno y era un drama histórico. La sirena varada pretendía ser una comedia moderna, y creo que lo era. La comedia de Camón Aznar era grandilocuente; una comedia de época. Camón Aznar, profesor universitario importante, culto, me hacía pensar de antemano que el premio iba a ser para él. Por otra parte, y teniendo todos los respetos y cortesías para ese para este ilustre profesor universitario, yo creía creía que Alejandro Magno no era lo que había que hacer en teatro. En efecto, mi "espía" me dijo que el premio se había concedido a Camón Aznar.

Era angustioso estar nadando y nadando para acabar ahogándose en la orilla. Confieso que lloré. ¡Créanme que me sacudió mucho aquello!. Claro que me conformé diciendo: ¡Qué se le va a hacer!. Estaba cayendo la tarde ya y tomé un tranvía para ir a mi trabajo. De pronto veo al vendedor de periódicos con un ejemplar de La voz. Un señor delante de mi, compra La voz. Alargo el cuello y veo cómo pasa una página, cómo pasa otra, y al doblar así veo en letras muy grandes: "Premio Lope de Vega: La sirena varada de Alejandro Casona. Agarré el periódico diciendo al señor: "Perdóneme un momento". Ni que decir tiene que el señor creyó que yo estaba loco."

No sé como me vino la información anterior, ignoro el error que pudo haber, porque en ningún momento se dio el premio a Camón Aznar. El premio me lo habían dado a mí, allí estaba.

La comedia tuvo mucha repercusión fuera de España, porque no habían transcurrido dos meses cuando ya se había estrenado en París y Roma. De modo que después de tanta angustia, de tanta espera, el teatro se abrió para mi de la noche a la mañana, en un minuto y de par en par. En el término de dos meses el resultado era el siguiente: estreno en el Teatro Español de Madrid, París, Roma. ¡Qué más podía esperar!"
“Nuestra Natacha” fue un éxito sensacional, no de pureza literaria y poética como “La sirena varada” sino un escándalo público, de grandes ovaciones, de aplausos, de interés, porque venía a renovar una estudiantina, que venía a ser en su momento la estudiantina que había sido en el suyo “La casa de la Troya”. Claro que las cosas habían cambiado. Aquello era una residencia de estudiantes, no una pensión. La comedia estaba hecha de otra manera, pero tenía ese mismo tipo de cosa, de vida estudiantil, muy auténtica. De “Nuestra Natacha” se han escrito muchas tonterías, se ha hecho bandera de acá y de allá. ¡No es bandera!… Además, era simplemente una obra joven, llena de fe. Quizá un poco evangélica, un poco inocente, un poco romántica; pero de cosas muy auténticas y muy verdaderas; donde está el teatro de los estudiantes, la residencia, los problemas de la coeducación, esas especies de penitenciarias que eran los reformatorios… ¡En fin! Todo ello estaba hecho con un nobilísimo afán, no de hacer demagogia ni de buscar ovaciones, sino de tocar una llaga de la pedagogía española, que es evidente que estaba al alcance de todo el mundo y nadie lo había tocado. Y después, fruto de las pasiones del momento, se le dio por unos un carácter… ¡no sé!…

Las Misiones Pedagógicas fueron una fundación del maestro Cossío, cuyo libro sobre El Greco es bien conocido. Era un hombre muy viejo, de setenta y muchos años, cuando yo le traté. Estaba tendido sobre una tabla, con el cuerpo escayolado. Debía de padecer alguna enfermedad de columna vertebral. Estaba como en un potro de tortura; pero que él llevaba con una sonrisa maravillosa, como si no existieran en su cuerpo ni el dolor. Vivió siete u ocho años más. Una de sus creaciones fue el teatro popular. Había millares de aldeas en España que no conocían el teatro, porque no lo habían visto nunca. Don Manuel me decía: “¿Tú no dices que te sacudió el teatro la primera vez que lo viste?” “¿No me contaste que aquella anoche en que viste la primera representación teatral no pudiste dormir?” “A los campesinos debe producirles algo igual. Hay que hacerlo.” Y lo hicimos.

Nuestros muchachos hacían su trabajo un poco misioneramente, evangélicamente, artísticamente, sin ninguna pretensión ni ambición más. No había intención de tipo social, ni nada de prédica política. El teatro de las Misiones Pedagógicas, el teatro del Pueblo, teatro y coro, lo formaban unos cincuenta muchachos y muchachas, estudiantes de las distintas universidades, facultades y escuelas. No cobraban nada, y además, se llevaban la comida de casa. Ha habido mucha gente que creía que iban a divertirse.

“La Barraca” iba a poblaciones castellanas que tenían un teatro un poco decente, un poco sin cultivar, o de malos repertorios. Allí daban Lope bien presentado, modernamente hecho. Nosotros íbamos a llevar el teatro a los campesinos analfabetos que no sabían lo que el teatro era y que, por tanto, lo veían por primera vez. Por esa razón nuestro repertorio tenía que ser forzosamente más simple, piezas cortas con música y pequeñas danzas. Lo difícil era crear este repertorio, que no existía. Así pusimos en escena los “Juicios de Sancho Panza en la ínsula Barataria”, y otras cosas que estábamos seguros que iban a merecer una atención del pueblo, del pueblo auténtico, del pueblo aldeano, del pueblo sin libros, del pueblo virgen al que le llegaba por primera vez el teatro. Hoy habrá llegado ya la radio, el cine, la televisión. Entonces no había llegado todavía eso.

Partíamos entonces de una fórmula exterior que no podía fallar, en principio. Esta consistía en algo tan elemental como sacar a escena hombres y mujeres disfrazados, entre los cuales empezaban a pasar cosas. La gente atendía por una simple curiosidad primaria. Aparte de esto, había una cosa de tradición oral evidente en muchos de esos pueblos, que siempre eran de menos de mil habitantes, pequeñas aldeas.

Una vez vi algo curioso. Un hombrote con la blusa, la rosa en la oreja, la vara en la mano, entra en el teatro como diciendo: “Vamos a ver qué tontería es ésta.” Se sienta y saca el tabaco, que se pone aquí, en el hueco de la mano izquierda, y empieza a quitarle los palos. Luego saca un papel grande, papel del Rey de Espadas, que se coloca en la comisura del labio. En ésto se levanta el telón y empieza la representación de “El dragoncillo” de Calderón de la Barca, que es una pieza divertidísima, una estampa preciosa, que dura unos veinte minutos. Aquel hombre de la blusa clava los ojos en el escenario y sigue elaborando con parsimonia el cigarro, hasta que cae el telón. Cuando cae el telón, hace de pronto como si le hubiera pasado algo y le diera vergüenza. Entonces se apresura a encender el cigarro. Había pasado un momento de suspensión y volvía de otro mundo.

Proyectamos una película documental breve, de un rollo, con tema de mar, en la que se desarrollaba una tormenta imponente. Había un naufragio, un barco en peligro y un salvamento. De pronto, una pobre mujer empezó a llorar allí y le dio un ataque de histeria terrible. Hubo que suspender la proyección. Cuando aquella mujer volvió en sí nos contó que un hijo suyo había ido a América. Para ella hasta aquel momento el mar no era más que una palabra, y de pronto, cuando lo había visto, creía que el hijo estaba pasando aquel naufragio. La anécdota me parece escalofriante.

No fui directamente a Buenos Aires. Yo entonces tenía un contrato para inaugurar un teatro en Méjico. Este contrato era de tres meses y no se cumplió; pero me llamaron por si quería ir con la compañía de Diaz-Collado para hacer tres meses en otro teatro.

Allí hicimos una temporada bastante larga, de casi dos años, por distintos países. Con ese motivo he residido bastante en Méjico, La Habana, Puerto Rico, Colombia, Venezuela… Después, ya por mi cuenta, me fui a Buenos Aires contratado por una empresa. Fue cuando estalló la guerra europea. Me quedé definitivamente en Buenos Aires, hasta ahora. He hecho algunos viajes por Europa también y muchos por América.

En América, durante ese tiempo, he hecho casi exclusivamente teatro, he dado conferencias, he escrito artículos y he trabajado bastante para el cine, casi siempre como guionista o adaptando comedias mías, o adaptando comedias famosas del mundo, como “Casa de muñecas” de Ibsen, y otras originales escritas directamente como guionista.

Tres años seguidos estuvo en cartel “Los árboles mueren de pie” en Buenos Aires. En Buenos Aires era relativamente fácil pasar de las cien representaciones. El éxito empezaba a partir de las doscientas o trescientas.

Ahora nos tienen bastante abandonados. No estamos de moda; pero en aquel momento todavía, el año 1939 y 1940 y hasta el 44 o 45, toda América miraba mucho a lo que se llamaba el meridiano de Madrid. El último estreno de Madrid era comentado en Buenos Aires, de modo que cuando llegué yo, me conocía todo el mundo. Yo era un autor popular. Todas mis comedias estaban representadas. Era como si hubiera vivido allí, como si hubiera estrenado siempre en Buenos Aires. “Nuestra Natacha” se estrenó aquí, y a los ocho días se estrenaba en Buenos Aires.

Tengo que escribir paseándome, saliendo por los jardines y caminando entre pinares, entre árboles que huelan. Así suelen producirse en mí las ideas para una comedia. Después, lo que se llama escribir no me cuesta ningún trabajo. Lo que me cuesta es concebir el tema, enamorarme de él. Hay temas que se pueden hacer y rehacer mil veces; pero yo necesito siempre un tema que me enamore, que crea, aunque sea mentira, que es algo original, que es algo distinto, nuevo, y sobre todo, extraño. Ya entonces tengo muchas limitaciones; pero una vez que he inventado el tema y que lo encuentro, cuando me siento a escribir no me cuesta esfuerzo alguno.

El autor que más me ha sacudido siendo joven ha sido Valle-Inclán, que me parecía maravilloso aunque, a decir verdad, no lo veía muy teatral. Lo veía como lo escribía, muy arbitrariamente, al margen de las necesidades escénicas, como si pensara en que no se representase nunca. Tenía un cúmulo de personajes que es muy difícil que haya en ninguna compañía. Y los cambios de decoración, los efectos… Muchas veces el mismo lenguaje no era de ningún modo el que el público podía tolerar, entonces al menos. Valle-Inclán escribió de espaldas al público y de espaldas a la profesión, con desdén evidente por la gente del teatro. Así y todo, me sigue pareciendo el dramaturgo más importante.

Los críticos todos hablan de mi influencia astur. Hay una interferencia constante del sueño y de la fantasía, de la ternura, de la poesía, del humor, del paisaje de lejanía, de la extrañeza del descubrimiento. Todo lo cual está muy dentro del espíritu de Asturias.

Ahora en España me encuentro, no sé… Como el hijo que ha vuelto a la casa de la madre; me encuentro feliz; me encuentro cómodo; me encuentro cordialísimamente rodeado; francamente a gusto. Y, además, muy equilibradamente el reencuentro conmigo mismo. Es decir, que me encuentro en mi tradición, en mi raza, en mi paisaje, en mi modo de hablar.

Yo, de momento, vuelvo para Buenos Aires, porque tengo establecidos allí muchos contactos, compromisos, trabajos que no pueden romperse de la noche a la mañana, porque son labor de muchos años. Lo que pienso es que voy a ir y a venir muy a menudo de Buenos Aires a Madrid y de aquí a Buenos Aires. A mí me ocurre ahora aquello que decía Rusiñol, que cuando el español va a América y vive un tiempo allí, termina teniendo dos patrias, que son España y América, y después acaba teniendo una sola, que es el barco, porque siempre quiere ir, y cuando ha llegado está deseando volver.

Hay algunos países donde se representan mis obras habitualmente. Yo podría decirle ahora, sin temor a equivocarme, que esta noche se están haciendo dos o tres comedias mías en teatros de Alemania y de otras naciones de Europa. En el año anterior, en la encuesta que se hizo a fin de año de los autores más representados por los estudiantes, por los “amateurs”, por los teatros independientes, eran seis escritores los elegidos, y yo uno de ellos.

La encuesta fue hecha en Francia. En Estados Unidos no se me representó nunca profesionalmente, y sin embargo, lo han hecho habitualmente los teatros estudiantiles y universitarios. En la sección de castellano de las Universidades hay varios libros míos que sirven de texto para estudiar y muy a menudo se representan mis comedias.

Ya conocía a los autores jóvenes españoles. Lo que no había visto era la puesta en escena, porque el teatro no es una literatura fundamentalmente. No es el libro lo que me interesa únicamente, sino eso puesto en pie, con luces, con dirección, con la actriz, con el actor, con el público. Ahí está lo fundamental. La gran aventura del teatro es la muchedumbre. Yo tenía mucho interés en ver el teatro español, no leído, sino visto desde el patio de butacas. De ninguno de los autores que me interesaban he tenido la suerte de ver representar nada en estos días; pero he visto cosas muy interesantes.

De los autores que pudiéramos llamar nuevos, lo que he visto que me haya impresionado más es “La camisa” de Lauro Olmo, que me parece que está bordeando un gran género, todavía sin hacer en España, que es el sainete poético. El sainete se ha hecho muy bien, y el teatro poético también; pero el sainete poético es lo que anda buscando este muchacho, que no sé si está completamente conseguido en “La camisa”, pero que anda muy cerca, por una senda muy firme y muy interesante.

NOTA: entrevista de Casona con Marino Gómez Santos, tal como fue impreso en la sección del Diario Pueblo “Pequeña historia de grandes personajes” con el título de “Alejandro Casona cuenta su vida,” el 15, 16 y 17 de
agosto de 1962. Como el Diario no existe ya, este material es del dominio público.



El trabajo de las Misiones era enteramente gratuito. Casi todo el material, enseres, libros, trabajadores, etc., se ofrecían gratuitamente y se rendían jornadas máximas. Recorrimos los artistas-muchachos estudiantes-y yo, en días de fiestas, domingos y vacaciones, pueblos y aldeas próximos a la capital y a varias otras provincias. Era un teatro como el que pasa en la carreta del Quijote: sencillo, montado casi siempre en la plaza pública, con un escenario levantado con maderas toscas por los propios muchachos artistas. Los trajes eran muy sencillos, realizados con un gasto mínimo de unas pesetas, y el carácter general de este teatro era la belleza, predominantemente lírica, aliándose con las antiguas canciones populares corales y los romances tradicionales. El camión que nos conducía hacía su aparición en una aldea, tocábamos los heraldos como en pleno siglo inicial del teatro “en el Corral de Doña Elvira” y en pocos momentos estábamos ya en función, regalando a aquella pobre gente olvidada un poco de recreo y bienestar espiritual. Después obsequiábamos algunos volúmenes para fomentarles una biblioteca y hacíamos un poco de música folklórica del siglo a que se remontaba nuestra representación.

NOTA: cita que Saínz de Robles hace en su Prólogo a las Obras Completas de lo que Casona dijo en entrevista a

Durante los cinco años en que tuve la fortuna de dirigir aquella muchachada estudiantil, más de trescientos pueblos—en aspa desde Sanabria a La Mancha y desde Aragón a Extremadura, con su centro en la paramera castellana nos vieron llegar a sus ejidos, sus plazas o sus porches, levantar nuestros bártulos al aire libre y representar el sazonado repertorio ante el feliz asombro de la aldea. Si alguna obra bella puedo enorgullecerme de haber hecho en mi vida, fue aquella; si algo serio he aprendido sobre pueblo y teatro, fue allí donde lo aprendí. Trescientas actuaciones al frente de un cuadro estudiantil y ante públicos de sabiduría, emoción y lenguaje primitivos son una tentadora experiencia.

NOTA: cita que Saínz de Robles hace en su Prólogo inmediatamente después de la cita anterior, pero sin especificar su fuente, diciendo sólo: “Y también de Casona las siguientes declaraciones:”